Capítulo I
Ciento uno
—Más delgado —susurró el viejo gitano de nariz macilenta a William Halleck, mientras éste y su esposa, Heidi, salían del juzgado. Sólo una palabra, emitida con su aliento dulzón y empalagoso. —Más delgado. Y antes de que Halleck pudiera apartarse, el viejo gitano alargó la mano y acarició su mejilla con un dedo contrahecho. Sus labios se ofrecían abiertos como una herida, mostrando unos pocos dientes que sobresalían de sus encías. Eran verdes y negruzcos. Su lengua se retorció entre ellos y luego se deslizó por sus sonrientes y amargos labios. —Más delgado.
Este recuerdo asaltó a Billy Halleck, oportunamente, mientras se hallaba de pie en la balanza, a las siete de la mañana, con una toalla enrollada a la cintura. El aroma de los huevos con tocino llegaba desde el piso de abajo. Tuvo que inclinarse levemente hacia delante para leer los números. Bueno..., en realidad, tuvo que inclinarse hacia delante algo más que levemente. En realidad, se inclinó más de la cuenta. Era un hombre gordo. Demasiado grueso, como al doctor Houston le gustaba decir. Por si alguien no te lo dice, permíteme informarte —le había dicho Houston después de su último chequeo—. Un hombre de tu edad, ingresos y hábitos entra en el club del infarto, más o menos, a los treinta y ocho años, Billy. Tienes que perder algo de peso. Pero esa mañana había buenas noticias. Había bajado casi un kilo y medio, de ciento tres a ciento uno y medio. Bueno..., en realidad el peso dio ciento cuatro la última vez que tuvo el valor de ponerse allí a echar un vistazo, pero llevaba los pantalones puestos, y algunas monedas sueltas en los bolsillos, sin mencionar su llavero y su cuchillo del ejército suizo, y la balanza del cuarto de baño del piso de arriba tenía tendencia a marcar de más... Estaba moralmente seguro de ello.
Ciento uno
—Más delgado —susurró el viejo gitano de nariz macilenta a William Halleck, mientras éste y su esposa, Heidi, salían del juzgado. Sólo una palabra, emitida con su aliento dulzón y empalagoso. —Más delgado. Y antes de que Halleck pudiera apartarse, el viejo gitano alargó la mano y acarició su mejilla con un dedo contrahecho. Sus labios se ofrecían abiertos como una herida, mostrando unos pocos dientes que sobresalían de sus encías. Eran verdes y negruzcos. Su lengua se retorció entre ellos y luego se deslizó por sus sonrientes y amargos labios. —Más delgado.
Este recuerdo asaltó a Billy Halleck, oportunamente, mientras se hallaba de pie en la balanza, a las siete de la mañana, con una toalla enrollada a la cintura. El aroma de los huevos con tocino llegaba desde el piso de abajo. Tuvo que inclinarse levemente hacia delante para leer los números. Bueno..., en realidad, tuvo que inclinarse hacia delante algo más que levemente. En realidad, se inclinó más de la cuenta. Era un hombre gordo. Demasiado grueso, como al doctor Houston le gustaba decir. Por si alguien no te lo dice, permíteme informarte —le había dicho Houston después de su último chequeo—. Un hombre de tu edad, ingresos y hábitos entra en el club del infarto, más o menos, a los treinta y ocho años, Billy. Tienes que perder algo de peso. Pero esa mañana había buenas noticias. Había bajado casi un kilo y medio, de ciento tres a ciento uno y medio. Bueno..., en realidad el peso dio ciento cuatro la última vez que tuvo el valor de ponerse allí a echar un vistazo, pero llevaba los pantalones puestos, y algunas monedas sueltas en los bolsillos, sin mencionar su llavero y su cuchillo del ejército suizo, y la balanza del cuarto de baño del piso de arriba tenía tendencia a marcar de más... Estaba moralmente seguro de ello.
Sino sabes como descargar el libro, te dejo un turorial AQUI
No hay comentarios:
Publicar un comentario