A menudo, en las fiestas (a las que evito concurrir siempre que puedo) alguien me da un fuerte apretón de manos, sonriendo, y después me dice, con aire de jubilosa conspiración: «Sabe, siempre he deseado escribir.» Antes, yo trataba de ser amable. Ahora contesto con la misma regocijada excitación: «Sabe, siempre he deseado ser neurocirujano.» Me miran con perplejidad. No importa. Últimamente circula por el mundo mucha gente perpleja. Si quieres escribir, escribes. Sólo escribiendo se aprende a escribir. Y ése, en cambio, no es un buen sistema para enfrentarse a la neurocirugía. Stephen King siempre ha deseado escribir, y escribe. Así escribió Carne y La hora del vampiro e Insólito esplendor y los buenos cuentos que leeréis en este libro, y una cantidad fabulosa de otros cuentos y libros y fragmentos y ensayos y otros materiales inclasificables, la mayoría de los cuales son tan espantosos que nunca se publicarán.
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