Escribir la
historia de la reina María Antonieta es volver a abrir un proceso más que
secular, en el cual acusadores y defensores se contradicen mutuamente del modo
más violento. Del tono apasionado de la discusión son culpables los acusadores.
Para herir a la realeza, la Revolución tenía que atacar a la reina, y en la
reina, a la mujer. Ahora bien. veracidad y política habitan raramente bajo el
mismo techo, y allí donde se traza una imagen con fines demagógicos, es de
esperar poca rectitud de los siervos complacientes de la opinión pública. No se
ahorró ninguna difamación contra María Antonieta. ningún medio para llevarla a
la guillotina: todo vicio. toda depravación moral, toda suerte de perversidad
fueron atribuidos sin vacilar a la louve autrichienne, a la loba
austríaca, en periódicos, folletos y libros: hasta en la propia morada de la
justicia. en la sala del juicio, comparó el fiscal, patéticamente, a la «Viuda
Capeto» con la, viciosas más célebres de la historia, con Mesalina, Agripina y
Fredegunda. Tanto más completo fue después el cambio, cuando. en 1815. ascendió
otra vez un Borbón al trono de Francia: para adular a la dinastía. la figura
diabólica fue repintada con los colores más suntuosos: no hay representación de
María Antonieta procedente de ese tiempo, sin nubes de incienso ni aureola de
santidad. Los cánticos de alabanza suceden a los cánticos de alabanza, la
intangible virtud de María Antonieta es defendida airadamente: su espíritu de
sacrificio. su magnanimidad. su heroísmo inmaculado. son celebrados en verso y
en prosa. y un velo de anécdotas. abundantemente impregnadas en llanto, tejido.
en general, por aristocráticas manos, envuelve el transfigurado semblante de la
reine martyre, de la reina mártir.
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