Los
libros pueden tener su origen en los más variados sentimientos. Se escriben
libros al calor de un entusiasmo o por un sentimiento de gratitud, pero también
la exasperación, la cólera y el despecho puede, a su vez, encender la pasión
intelectual. En ocasiones, es la curiosidad quien da el impulso, la
voluptuosidad psicológica de explicarse a sí mismo, escribiendo, unas figuras
humanas o unos acontecimientos; Pero otras veces ‑demasiadas ‑ impelen a la
producción motivos de índole más delicada, como la vanidad, el afán de lucro,
la complacencia en sí mismo. En rigor, el que escribe debería dar cuenta de los
sentimientos, de los apetitos personales que le han motivado a escoger el
asunto de cada una de sus obras. El íntimo origen del libro que aquí veis se me
aparece a mí mismo con toda claridad. Nació de un sentimiento algo insólito,
pero muy penetrante: la vergüenza.
Sucedió de este modo: el año pasado tuve por primera
vez la tan anhelada oportunidad de un viaje a América del Sur. Sabía que en el
Brasil me esperaban algunos de los paisajes más bellos de la tierra, y en la
Argentina un círculo de camaradas intelectuales cuya compañía sería para mí un
inigualable gozo. Y a esta anticipación, que por sí sola me hubiera hecho el
viaje delicioso, uniéronse las circunstancias inmediatas del mismo: un mar
tranquilo, la natural distensión en el holgado y rápido transatlántico, el
sentirse libre de todas las ataduras y de las cotidianas vejaciones. Gocé
infinitamente de los días paradisíacos que duró la travesía. Pero, de pronto ‑esto
fue en el séptimo u octavo día ‑, me sorprendí en flagrante impaciencia.
Siempre el mismo cielo azul y el mismo mar azul en calma. ¡Qué largas me
parecían las horas de viaje en medio de aquella súbita reacción! Deseaba
íntimamente haber llegado al término y me alegraba la idea de que el reloj,
incansable, iba acortando el tiempo. Ahora, el flojo, el indolente placer de la
nada, me molestaba. Las mismas caras de unas mismas personas llegaban a
hastiarme, la monotonía del movimiento de a bordo me excitaba los nervios,
precisamente por la tranquila regularidad del pulso. ¡Adelante, adelante! ¡Más
aprisa, más aprisa! De pronto, el bello transatlántico, tan lujoso, tan cómodo,
no andaba con la suficiente velocidad.
Sino sabes como descargar el libro, te dejo un turorial AQUI
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