Naturaleza y Contenido del Diálogo:
Los designios de la fama parecen haber sido un tanto crueles con el Eutidemo. Sin necesidad de mayores esfuerzos para justificar su inclusión en el corpus platonicum —porque sólo muy pocos y, entre ellos, el infatigable Von Ast se atrevieron en el siglo pasado a dudar de su autenticidad—, ha conservado desde la tardía antigüedad un placentero y casi inofensivo lugar junto a otras obras reconocidas como superiores, tales como el Protágoras, el Gorgias y el Menón. A excepción de un filósofo epicúreo, Colotes de Lámpsaco, que, allá por el siglo ni a. C., perturbó la tranquilidad del diálogo atacándolo en un escrito, ha gozado siempre éste de una relativa indiferencia por parte de críticos y lectores de todos los tiempos. Pero lo curioso de tal destino radica en que, si bien no hay obra alguna de Platón frente a la cual resulte posible permanecer indiferente, es el Eutidemo uno de aquellos diálogos más inquietos y mordaces, que encierra una vehemencia que hasta puede calificarse, por momentos, de volcánica. Su factura, como su propósito, no guardan secretos. Son casi simples y manifiestos. El diálogo se abre y cierra con una conversación de Critón con Sócrates. En el medio, como si estuviese cuidadosamente depositado dentro de una cápsula para contener su estallido, figura el núcleo del diálogo: el relato que Sócrates hace de las discusiones mantenidas el día anterior con dos renombrados sofistas extranjeros —Eutidemo y Dionisodoro—, en los recintos del Liceo. En el vestuario, para ser más precisos. El escenario, pues, no es otro que el del Lisis. Y Critón, que había estado allí presente, no logró escucharlas.
Los designios de la fama parecen haber sido un tanto crueles con el Eutidemo. Sin necesidad de mayores esfuerzos para justificar su inclusión en el corpus platonicum —porque sólo muy pocos y, entre ellos, el infatigable Von Ast se atrevieron en el siglo pasado a dudar de su autenticidad—, ha conservado desde la tardía antigüedad un placentero y casi inofensivo lugar junto a otras obras reconocidas como superiores, tales como el Protágoras, el Gorgias y el Menón. A excepción de un filósofo epicúreo, Colotes de Lámpsaco, que, allá por el siglo ni a. C., perturbó la tranquilidad del diálogo atacándolo en un escrito, ha gozado siempre éste de una relativa indiferencia por parte de críticos y lectores de todos los tiempos. Pero lo curioso de tal destino radica en que, si bien no hay obra alguna de Platón frente a la cual resulte posible permanecer indiferente, es el Eutidemo uno de aquellos diálogos más inquietos y mordaces, que encierra una vehemencia que hasta puede calificarse, por momentos, de volcánica. Su factura, como su propósito, no guardan secretos. Son casi simples y manifiestos. El diálogo se abre y cierra con una conversación de Critón con Sócrates. En el medio, como si estuviese cuidadosamente depositado dentro de una cápsula para contener su estallido, figura el núcleo del diálogo: el relato que Sócrates hace de las discusiones mantenidas el día anterior con dos renombrados sofistas extranjeros —Eutidemo y Dionisodoro—, en los recintos del Liceo. En el vestuario, para ser más precisos. El escenario, pues, no es otro que el del Lisis. Y Critón, que había estado allí presente, no logró escucharlas.
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